viernes, 10 de agosto de 2007

¿Tiempo de viaje? No, viaje de tiempo

Para empezar, debo admitir algo: mi viaje a Trujillo estuvo entretenido. En realidad, lo encontré bastante divertido en muchos aspectos. Sé que me comprometí a hablar un poco sobre las (im)posibilidades de acceder a la cultura y, en general, al conocimiento desde provincia, pero hubo un tema que atrajo mi atención.

Pasada la primera noche, tras debatir largas horas con la almohada, salí a curiosear por la ciudad con dos amigos. Casi sin darnos cuenta, llegamos a las puertas del colegio del cual se graduó uno de ellos. Entramos. Mientras dábamos una vuelta entre clases y clases, fascinados por esa peculiar arquitectura de complejo-residencial-urbanomarginal-de-los-80's, viajé en el tiempo. Sí, así como lo escuchas. Al respecto, debo decir que las películas gringas mienten. No había luces de arco iris, no necesité que un rayo cayera en mi auto, ni me sentí caer a través de un larguísimo agujero. Es más, no cambió nada de... ¿qué cómo sé que atravesé un portal interdimensional que me movió a través del tiempo y también del espacio? Bueno, dame unas pocas líneas para seguir contándotelo con calma. Todo a su tiempo. Sí, sí, ya sigo.

Como decía, no cambió nada de lo que veía. Pero sí de lo que oía. Y es que, súbitamente, me topé con el monólogo que me dejó en claro que acababa de realizar un viaje que de seguro venció muchas leyes de la física contemporánea: aunque no pude leer Arbet macht frei por ningún lado, estaba claro que me encontraba en el salón de adoctrinamiento de un batallón SS en pleno campo de concentración del este de Europa. Uno de mis amigos aseguró que era, más bien, una sesión del curso para preparar magistrados del Santo Oficio y el otro, idiota él, afirmó que no habíamos ido a ningún lado y que seguíamos en su colegio. Como sea, lo central es lo que vi y oí. Al frente, un individuo de estatura media, rostro promedio (era de esos que no tienen cara de nada), maneras toscas y hablar aburrido. Mirándole, un piélago de diminitos y dóciles rostros (sean schutzstaffel o futuros magistrados religiosos), dueños de materia gris peligrosamente esponjosa y maleable. Oían, sumisos, todo lo que el führer/obispo tenía que decirles sobre maricones sin alma y por qué dios (pretenderé que no le prestaste atención a la "d" en minúsculas, ¿ya?) no los quiere. "La Biblia lo dice", "No es natural" y "La Iglesia no está en contra de los homosexuales, sino de la homosexualidad" eran mottos que los preparaban para invadir Polonia y quemar herejes.

Inicialmente me divirtió mi posición de fascinado testigo de cuán salvaje fue la humanidad en siglos pasados. Sin embargo, mi estado emocional cambió radicalmente cuando aquel AdolfEichmann/MiguelDeMorillo se detuvo a mitad de un "no olviden que" y, lentamente, giró su no-parecido-a-nada rostro hacia mí y empezó a caminar hacia donde estábamos. Muerto de miedo (no tenía ganas de quitarle el título de última víctima a Cayetano Ripoll, en absoluto), pensé en correr. Absurda idea, claro está. Sea un campo de concentración o una escuela inquisitorial, siempre habría un batallón con Luger o un tercio con arcabuces rondando y prestos a darnos una paliza. Nos cagamos de miedo. Miedo paralizante, ese que es frío y cortante. Cuando aquel salvaje hombre de otro siglo empezaba a mover su brazo, sin duda para señalarnos y ordenar nuestro sacrificio al dios de la lluvia, Cronos salvó nuestro pellejo. Sin saber cómo, habíamos regresado al presente, al bendito y civilizadísimo presente, y estábamos frente a un profesor de estatura media, rostro promedio (era de esos que no tienen cara de nada), maneras toscas y hablar aburrido que nos extendía su mano. La estrechamos y, sonriendo, saludó al exalumno que me acompañaba, le preguntó por sus adláteres (palabra que no está en el Diccionario de la RAE y, por ende, tengo que usar aunque me haga forzar el texto), dio media vuelta y regresó su atención a sus educandos (odio esa palabra, disculpen el morbo).

Segundos después, nos encontrábamos saliendo a toda prisa del colegio, con la plena convicción de que eso del viaje en el tiempo no es ningún juego y con un renovado cariño por nuestro tiempo, tan tolerante y refinado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

no joooodas. si los gays quieren hacer sus cosas bien por ellos pero no m vas a decir que los colegios tienen que estar al margen de lo que pasa. estoy de acuerdo en evitar caer en homofobia extrema pero la verdad me da asco ver dos patas agarrando en la calle. es su vida es verdad pero no tienen por q obligarme a apoyarlos. y menos que un colegio lo haga. expresada mi posicion tengo q decir q tienes un blog misio todavia pero de repente prometedor sr hush

Ive dijo...

hola, gracias por tu post en mi blog.
Muy parecidos nuestros nombres jajajaja por no decir casi iguales.
Sobre escribir... a veces tengo intenciones solo eso, el trabajo y las mil cosas que uno tiene por hacer siempre juegan en contra.
Bueno saludos desde Chile

PD: Lei tus entradas muy buenas por lo demas. Chao

RobertoViajero dijo...

Esta narracion me parece GENIAL.
Discrepo al 100% con el comentarista anonimo ( mmmm el anonimato) de que le da asco ver a patas agarrando en la calle, me hizo acordar a aquellas epocas donde daba asco ver a un Negro agarrando a una blanca osea EL VIRREINATO.
Cuidao anonimo al parecer no entendiste NAAA
PAREN LA CONSTRUCCION DEL TUNEL DEL TIEMPO, Hay "gente" que se puede confundir